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Natalidad y cambio climático


Generalmente, el éxito de un país es medido por su crecimiento económico, basado en la disposición de capital y trabajo; de forma que a mayor liquidez y empleabilidad, existe mayor producto interno bruto y, por ende, generación de riqueza.

Sin embargo, si medimos el ingreso per cápita, un país con una gran población puede ser mucho más pobre, a pesar de un alto producto interno bruto, que uno pequeño con menores tasas de crecimiento, simplemente por ser un Estado con una mayor tasa de productividad y más eficiente en la gestión de sus ingresos y gastos.

Nueva Zelanda tiene una población de 4,8 millones y un ingreso per cápita de 39.000 dólares, y Kenia 48 millones de habitantes y un ingreso per cápita de 1.450 dólares.

Esta lectura la hizo el Gobierno chino en 1978, cuando introdujo la política del hijo único, para garantizar que la riqueza del país se extendiera progresivamente a su gente, disminuir la pobreza y evitar una presión fiscal, social y ambiental compleja en una nación con más de 1.200 millones de habitantes. Con esa política se redujeron al menos 300 millones de nacimientos.

El control de la natalidad no solo generaría un beneficio en el reparto de la riqueza, sino también ambiental. Una persona en promedio produce un impacto en Co2 de 40 toneladas de carbono al año, equivalente a 30 árboles plantados al año. Adicionalmente, genera 360 kilos de basura al año, cuyo 70 por ciento no es reciclable y permanecerá en la tierra por más de 50 o 100 años. Igualmente, en promedio, el gasto en energía es de 1.340kw y de 60.000 litros de agua en un año.

Por lo mismo, el control de la natalidad es una oportunidad no solo para mejorar la distribución de la riqueza de las personas, crear mejores condiciones de salud, superar la pobreza y el desarrollo general, sino para mitigar el impacto ambiental que conlleva la vida de una persona en el planeta.

Los países en vías de desarrollo como los latinoamericanos, que son los menos responsables en emisiones de gases de efecto invernadero, son, en cambio, los que más sufren el impacto por el cambio climático. El rápido crecimiento de la población en el continente aumenta aún más su vulnerabilidad.

Igualmente, las estrategias de planificación familiar a través de métodos anticonceptivos son cinco veces más económicas e igual de efectivas que las tecnologías verdes para combatir el cambio climático. Cada siete dólares gastados en planificación familiar durante las próximas cuatro décadas, reducirían las emisiones globales de dióxido de carbono en más de una tonelada.

Por otra parte, el control de la natalidad trae desafíos en torno a la mejora de la productividad, la ampliación de la edad laboral y una flexibilización del régimen pensional, ya que la población laboralmente activa se reduciría y aumentaría aquella en edad de jubilación. Sin embargo, crecería el empleo formal, que en la región es solo de un 50 por ciento y bajaría también la tasa de desempleo.

Igualmente, y lo más relevante, el control de la natalidad es una política pública que trae un beneficio directo en la protección del ecosistema, mitigación del cambio climático, reducción de la deforestación y mejora en la salud del planeta en que vivimos.


Por: José Palma Tagle.

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